Vivimos en una época hiper acelerada: nos pasamos el día corriendo, las horas laborales no alcanzan y nos encontramos trabajando por las noches y hasta durante el fin de semana. Aprovechamos los embotellamientos para enviar emails o hacer conferencias desde nuestros teléfonos súper inteligentes, y nos acostumbramos a preparar la cena mientras lavamos la ropa, ayudamos a nuestros hijos con la tarea y hablamos por teléfono. Vivimos a alta velocidad, pero no sólo los adultos: los niños también están siempre apurados. En este escenario donde prácticamente no existen tiempos de espera, es sólo natural que los pequeños no puedan esperar a tener las cosas que quieren: las quieren ya mismo, en el momento en el que su deseo llega.
¿Cómo respondemos como madres a estas aparentes urgencias que, sabemos, no son emergencias? ¿Qué están pidiéndonos nuestros hijos con su falta de paciencia? ¿Podemos pretender que los niños puedan esperar a satisfacer sus deseos, por poco importantes que nos parezcan? ¿Cómo podemos manejar las situaciones en las que los niños deben esperar?
Nos ha pasado a todas: estás manejando por la autopista y tu hijo de dos años te pide un juguete que está en tu bolso, lejos de su alcance. No tienes el bolso a mano, por lo que buscar el juguete sería riesgoso. Le explicas al niño que tiene que esperar un ratito, ya que no puedes en este momento darle el juguete. En vez de calmarse, el pequeño empieza a gritar cada vez más fuerte y a reclamar con mayor desesperación el juguete. ¿Qué hacer? En esta situación, en la que no podemos hacer nada, quizás la mejor estrategia sea desviar la atención: cantar una canción juntos (empezarás cantando sola hasta que tu hijo le encuentre la gracia a la actividad y se te sume), poner música, o contarle un cuento. O decirle: “¿Has visto ese auto rojo? ¿Te gusta el auto rojo?” Si bien nuestro niño pide un juguete, probablemente esté queriendo pedir tu atención.
Estás en el supermercado y tu hija pequeña quiere comer, ya mismo, el yogurt que acabas de poner en el carrito. Le ofreces otra cosa más fácil de comer (no suponga un posible enchastre ni necesite de utensilios), pero ella está fijada en el yogurt y no acepta reemplazos. Explicarle (de acuerdo a su edad) lo que podría pasar si abrieran el yogurt en ese momento puede ser una buena solución: “abrimos el yogurt y se cae sobre tu ropa limpia. Como estamos en la tienda, no tengo cómo limpiarte, así que se sentirás fría e incómoda, además de haber ensuciado tu camisa. Incluso si no se nos cae, no tenemos una cuchara para que lo comas. Imagínate cómo se sentiría si lo comieras con los dedos. Tampoco podríamos lavarte las manos antes ni después de comerlo. ¿Qué te parece si esperamos a llegar a casa? Mientras, si tienes hambre, puedes comer una galleta y ayudarme a que no me olvide de comprar nada así volvemos rápido a casa a que comas tu yogurt”.
Tu hijo de siete años quiere usar tu computadora. Tú estás trabajando y le dices que apenas termines, se la prestarás para que pueda jugar. No te falta mucho para terminar, pero él te interrumpe sin cesar, lo que te desconcentra, te retrasa y hace que tu paciencia se termine. Aquí, una explicación bien directa debería ser suficiente para ayudarlo a entender: “Cada vez que me interrumpes, me desconcentro y pierdo el hilo de lo que estoy haciendo. Como consecuencia, pierdo tiempo explicándote una vez más que en este momento no puedes tener mi computadora, tardo en volver a concentrarme y cada vez que todo esto pasa se retrasa el momento en el que yo terminaré de trabajar y podrás tener la computadora. ¿Qué tal si vas a jugar afuera, lees un libro o me haces un dibujo mientras esperas? ¡De esta manera me estarás ayudando a terminar más rápido para que puedas tener la computadora!”
Tu hija preadolescente quiere tener su primer teléfono celular ya, hoy mismo, y te da un ultimátum: todas sus amigas tienen uno, así que es una necesidad básica para ella también; y si no se lo das hoy, no hará más sus tareas de la casa. Tener un teléfono supone una responsabilidad y no es un derecho, sino un beneficio. La respuesta aquí sería: “Cuando tú me demuestres que eres lo suficientemente madura para poder usar un teléfono, cuidar que no se pierda, se rompa ni se quede sin batería, consideraré comprarte uno. Veremos juntas qué teléfono es el más adecuado y pondremos reglas de uso”.
Muchas veces, detrás de la urgencia del deseo de los niños hay causas que no tienen nada que ver con el juguete, la comida, la computadora o el teléfono, y que tienen que ver más con la atención que ellos requieren de nosotras. Y esas veces, prestarles atención, mirarlos o hacer algún proyecto con ellos puede calmar esa necesidad extrapolada al objeto y regalarnos un momento enriquecedor a ellos y a nosotras. Lo más importante es lograr identificar estas acciones para no caer y fomentar el darles todo YA, a la final son ellos los que se perjudicarán.
Cuéntame, te has visto en una de las situaciones mencionadas arriba?